¡Qué bárbaro!
Solemos utilizar esta locución interjectiva cuando nos asombramos por algo bueno o malo. En el sorprendente mundo del lenguaje exclamamos ¡qué bárbaro!, en sentido positivo, si una persona tiene buen dominio del idioma: ¡Qué bárbaro!, es un trome exponiendo. No obstante, clamamos con una connotación negativa si, por el contrario, presenta demasiadas faltas lingüísticas: ¡Qué bárbaro!, es el rey de los barbarismos. A propósito, nos centraremos en los barbarismos.
El sustantivo masculino barbarismo, del latín barbarismus, es una incorrección lingüística tanto en la pronunciación como en la escritura, un empleo de vocablos impropios y extranjerismos no incorporados totalmente al idioma, según el Diccionario de la lengua española (2014).
Analizando esta definición, confirmamos que al enunciar palabras inadecuadas, al acentuarlas equivocadamente o al realizar un cambio de letra o letras injustificado, incurrimos en el vicio del lenguaje conocido como barbarismo: *areopuerto por aeropuerto, *antidiluviano por antediluviano, *dentrífrico por dentífrico,*diabetis por diabetes *andé por anduve, *carácteres por caracteres, *régimenes por regímenes, *espúreo por espurio, *haiga por haya, *váyansen por váyanse, *siéntesen por siéntense, *tragiversar por tergiversar, etcétera.
Por otro lado, cuando usamos voces extranjeras innecesariamente, ya que existen palabras equivalentes en español, cometemos, asimismo, barbarismos: Asistí a un asombroso show en vez de Asistí a un asombroso espectáculo, Ir con ropa sport en lugar de Ir con ropa informal o deportiva, Despidió a su staff en sustitución de Despidió a su personal, etcétera. En este punto, cabe aclarar que un extranjerismo puede ser empleado correctamente si cumple con todas las normas lingüísticas, no posee ningún término similar en español y ha sido aprobado por la Real Academia Española, ejemplos: apartheid, ballet, blues, byte, geisha, jazz, pizza, reggae, rock, sheriff, software, etcétera.
La variedad de barbarismos, en definitiva, es extensa, encontramos diferentes tipos: sustantivos (*arioplano o *aereoplano por aeroplano, *agüelo por abuelo, *cóptel por cóctel o coctel, *cónyugue por cónyuge, *epiteto por epíteto, *polvadera por polvareda), adjetivos (*anerobios por anaerobios, *antifebrífuga por febrífuga, *disminutivo por diminutivo, *enquencle por enclenque, *toráxico por torácico), verbos (*enquilosar por anquilosar, *espaventar por aspaventar, *amedentrarnos por amedrentarnos, *conetó por conectó, *deciba por decía), adverbios (*media muerta por medio muerta; *alante por delante, *inclusives por inclusive), mal uso de pronombres (*amémosno por amémonos, *díceselo por díselo), de preposiciones (*jabón a la glicerina por jabón con glicerina, *tejió una chompa en alpaca por tejió una chompa de alpaca, *visto a grosso modo por visto grosso modo), de artículos (*el alma mater por la alma mater, *el aguanieve por la aguanieve, *la tranvía por el tranvía), conjunciones o locuciones conjuntivas (*osá por o sea, *no ostante de por no obstante), etcétera.
Algunos barbarismos con el paso del tiempo son aceptados por las academias de la lengua debido al uso normal entre las distintas comunidades lingüísticas, por lo tanto, dejan de ser incorrecciones o vicios del lenguaje. Citamos ejemplos colocando entre paréntesis la forma culta o correcta y en cursivas la admitida: ardientísimo (ardentísimo), apoteótico (apoteósico), autentificar (autenticar), buenísimo (bonísimo), camuflajear (camuflar), coaligarse (coligarse), constelado (estrellado), decimoprimero (undécimo), decimosegundo (duodécimo), eleccionario (electoral), endócrino (endocrino), el coliflor (la coliflor), pararrayo (pararrayos), polícroma (policroma), vagamundo (vagabundo), al objeto de (con el objeto de), en la mañana (por la mañana), etcétera.
A cuidar, por ende, de nuestra expresión evitando barbarismos, pues no queremos que nos llamen bárbaros con sentido peyorativo por tener un estilo un tanto inculto, basto o descuidado; sino, más bien, que nos digan bárbaros o ¡qué bárbaro! por ser espléndidos oradores, escritores o redactores. ¡Seamos los bárbaros del siglo XXI reconocidos por una buena competencia lingüística y dominio del lenguaje! Sí a las palabras y no a los palabros.